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Barrio 20 de Julio: homenaje a nuestra independencia y nuestra cultura

Por: webmasterlocal
Publicado el: Julio 2021
20 de julio

Hablar del 20 de Julio es recordar el proceso de independencia de Colombia, pero también es hablar del barrio de San Cristóbal, en Bogotá, que lleva esa fecha como nombre y que por años ha conservado su memoria por medio de la cultura, porque la independencia no es solo libertad sino protección de lo nuestro.

Narrar al barrio del 20 de julio es hacer una radiografía de los distintos procesos que lo componen y que también son un reflejo del nacimiento de las otras ciudades, municipios y sus transformaciones.
 

Comencemos por el origen, se remota al siglo XIX, aproximadamente en 1923, cuando “el empresario Judío Rubén Possin diseñó unos planos en los que dividía esos terrenos en lotes para venderlos. Su estrategia de venta, no confirmada, fue llamarla como una fecha patria de los colombianos, al igual que otros barrios aledaños como el Primero de Mayo, Día del Trabajo, y otros con nombres de personajes que tuvieron que ver con la independencia”, explica Rubén Hernández, arquitecto de la localidad.
 

Las tierras del barrio 20 de Julio no se vendieron sino hasta 1934 por la construcción del tranvía que les permitiría a las personas desplazarse. Poco a poco comenzaron a llegar los campesinos a asentarse en esta zona y a trabajar en los chircales, fábricas de producción artesanal de ladrillos fundamentales para la expansión de la ciudad.

Nace la Parroquia del Divino Niño

Cuenta Hernández que “en ese mismo año, la señora Ezequiela de Ramírez donó un lote para construir la iglesia, luego llega la comunidad Salesiana, en cabeza del sacerdote italiano Juan Del Rizzo, quien comenzó un trabajo social con los niños más pobres”, hijos de quienes trabajaban en las ladrilleras.

La Parroquia del Divino Niño termina de ser construida en 1941 junto con el tranvía. En ese momento de la historia toma auge la religión, pero también la educación y brotes de arte y cultura. Por un lado, los niños comenzaron a estudiar, la comunidad empezó a adquirir características propias a partir de su relación con la ruralidad, la creación de talleres de costura y la alfarería, incluso el 20 de Julio llegó a tener un teatro que ya desapareció.

Su comercio; uno de los más importantes de la ciudad

Y es que, con el paso de los años, la expansión de la ciudad y las transformaciones sociales el 20 de Julio fue cambiando. Se convirtió en un punto importante de comercio en la localidad y de la ciudad, lo que generó la llegada de población flotante, personas que llegan a vender y luego se trasladaban a sus hogares en otros sectores de San Cristóbal y de Bogotá.

 
“Esa historia del 20 de Julio hace parte del patrimonio inmaterial. Sin embargo, hemos podido conocer esta información, en su mayoría, gracias a la oralidad, porque hay muy poco material que documente estos procesos”, señala la investigadora Liliana Cortés, quien adelanta un estudio sobre los movimientos culturales de la localidad.

Aunque el 20 de Julio ha cambiado, aún hay actividades que reflejan esa memoria, por ejemplo, la plaza de mercado donde se comercializan principalmente productos campesinos, comidas tradicionales; junto a la iglesia la venta de artículos religiosos, característicos de la iglesia del Divino Niño y de sus feligreses. Y aunque no suelen mencionarlos, también están los artistas y artesanos que trabajan allí.

Artistas que inmortalizan la historia del 20 de Julio

 
“Actualmente encontramos mariachis, músicos, grafiteros y bailarines urbanos, pintores populares, taller de telares, trabajo en vidrio y músicos clásicos que hacen parte de la Obra Salesiana”, indica la historiadora Cortés.

Algunos de ellos se dedican a capturar la memoria a través de sus creaciones, un ejemplo es Samir Elneser, un joven artista plástico que tiene su taller en el sector del 20 de Julio y realiza piezas que van desde el dibujo y el grabado, hasta la fotografía.  Para él su oficio es “una forma de conservar la memoria individual y colectiva, por medio de la producción y reflexión en torno a los objetos con carga simbólica y nuestra forma de habitar la ciudad”.

Él es un ejemplo de cómo el arte y la cultura son fundamentales para preservar la memoria histórica de las comunidades. Pero para que él pueda conocer esas raíces fue necesario empapelarse, buscar y escuchar. Por eso, la historiadora Liliana Cortés destaca la importancia de recopilar todos los detalles de la historia y la cultura de San Cristóbal, escribirlos y dejarlos grabados en papel para que permanezcan en el tiempo y sea más efectiva la transmisión de esos conocimientos, porque “es un camino de salvación y de vida para autoconstrucción de la comunidad” como prefiere llamarlo el arquitecto Rubén Hernández.